Breve tratado sobre una ruptura.
“Every day i work so hard
Bringin' home my hard earned pay
Try to love you baby, but you push me away.
Don't know where you're goin'
Only know just where you've been,
Sweet little baby, i want you again.”
Bringin' home my hard earned pay
Try to love you baby, but you push me away.
Don't know where you're goin'
Only know just where you've been,
Sweet little baby, i want you again.”
-Dazed and confused, Led Zeppelin-
Cuando una toma la decisión de romper una relación es una situación muy difícil y compleja. Difícil porque es un salto al vacío, es volver al interior, y de ahí la complejidad de los distintos elementos qué se resumen en: dentro y fuera.
No he parado de llorar desde que él salió de casa, con su mochila. Mi corazón tiene esa extraña sensación de alivio y desgarro, una dualidad con la que debo convivir un tiempo, hasta que llegué la incipiente primavera, lo intuyo. El invierno se acerca. Decidimos mudarnos a una casa sin calefacción porque confiamos en su momento en el calor de nuestros cuerpos. Complexiones que ya no se amaban sexualmente desde hace cuatro años, pero que se abrazaban con amistad verdadera, con respeto y confianza instalada desde octubre de 2009.
Hubo un momento este verano en que volví a recordar quien era. Toda yo se había hundido en fango de compasión. Fango porque había perdido el equilibrio entre mi ser y el del otro. Un abandono total de mi propio cuidado, y qué había derivado en beber vino por el atardecer mientras escuchaba el noticiero, después de la rutina del mundo laboral. Todo era el fuera de mí.
Una tarde de verano comprendí que había un horizonte más profundo y más evolutivo, un horizonte que contemplaba mi esencia, un volver dentro. Rudolph quizá sospechaba que desde aquellas tardes las lunas ya no las vería igual, estaba todo transformándose, suavemente como una marea que anhela ser salvaje.
Ayer por la noche veíamos juntos Irrational Man de Woody Allen, muchas de las escenas me recordaban mi relación con quién compartía sofá. Un sofá que compramos amplio para ver acurrucados el televisor, pero que finalmente se quedó él, porque yo me compre un sillón-cama para tener mi propio espacio. Ahora el sillón-cama está en mi habitación, que antes fue nuestro estudio.
El nombre de Rudolph tiene origen en las antiguas lenguas germanas, y significa algo así como “lobo solitario”. Me enamore de un estepario. Eso fue lo que nos atrajo, nuestra ligereza, nuestra forma de dejar huella, nuestra astucia para resolver situaciones en común, el poder ir y volver de nuestra guarida con lealtad. Hasta que la relación se enfermó de todo lo contrario. Dependencia, hasta para elegir la ropa, y el aroma del suavizante.
Todo aquello que fue superficial empezó a inundar nuestras vidas. Recuerdo que una navidad puse estrellas doradas y gnomos como decoración, al volver a casa él las había arrancado y tirado a la basura. Recuerdo que un día él me empezó a pedir consejo sobre el olor del perfume que quería comprarse, me dieron náuseas y ganas de vomitar con todos los olores. Los sueños de viajar con mochila al hombro, se me esfumaron. Supongo que a él le paso lo mismo con lo suyo.
Rudolph es buena persona, ha tenido una serie de desaciertos conmigo, como yo con él. Siempre será parte de mi manada. Entiendo que yo de la suya.
Volviendo a mi interior, hay ahora mismo una mezcla de incertidumbre hacia dónde ir, que me da serenidad. Así es, la duda abre infinitas posibilidades, libertad.
Está mañana se fue con su mochila, rumbo a las montañas, tendría que hacer lo mismo yo, y levantarme para seguir mi camino, pero, a veces prefiero mi sillón-cama para introducirme en el edredón que como confesionario sabe todas mis flaquezas. Es un golpe, como toda verdad inesperada y conocida: nuestra felicidad no depende de nadie. Felicidad como nuestra condición del Ser, parece una condena a cadena perpetua. Lo es.
Nacimos en el seno de una familia que nos dolió, que nos enseñó, que nos abraza cada que le buscamos. Familia de sangre que nos rechaza, mientras procesa comprensión. A la par, hemos ido encontrando otras formas de relación, otros lobos, otras formas de hacer grupo.
Caímos en picada, durante nuestra juventud y parte de nuestra madurez. La fruta cae del árbol. Bebimos yerro, hierro. Hemos besado tantas veces, que a veces es mejor guardarnos algunos secretos. Y hemos besado tan poco que es mejor aprender de nuestra ansiedad.
Somos polvo, carne, nos dicen. Nos mecemos con el viento y nos incomodamos ante la enfermedad. Hablamos de la muerte como si la conociéramos de primera mano, tan sólo hemos caído en picada, nos hemos sacudido y nos hemos levantado, una y otra vez. No todos se levantan, no todos han aceptado su naturaleza. Sólo nuestra conciencia nos elevará a otra gran verdad, que en el momento preciso se nos revelará a través de un palpito que no se apagará jamás: somos un alma en un cuerpo, que alguna vez volverá a ser estrella. Mientras, la confusión, el aturdimiento.
Cuando llega el amor, el que nace de dentro, entonces llegará la conciencia. Las puertas de la percepción ya no serán las mismas. Pasaremos un invierno frío antes de que la primavera nos muestre su magia, pero es que la magia ya está sucediendo con las heladas. Desde las entrañas.
Mirando las fotos con Rudolph me di cuenta que de recuerdos no puedo vivir. Siento que disfruté muchos momentos, así como otros tantos sufrí. La lección más grande que me dio su amor fue la aceptación de que nada es para siempre, ya lo sabía en teoría sólo me ejercité en la práctica. Algunos dicen que todas nuestras relaciones ya estaban pactadas desde antes de venir a este mundo. Sólo venimos a recorrer ese camino que elegimos para nuestro crecimiento. Mi camino con él es inolvidable, más no es una sentencia.
Hay una foto en Cascais (Portugal), donde yo voy en una bicicleta, en medio de callejones románticos. Teníamos unos meses de conocernos, y sonaba Wonderwall en nuestra dicha. Veníamos cada uno de rupturas sin superar. Es decir, había heridas que nos ayudamos a curar, ocasionándonos otras o infectándonos. No eran sólo rupturas de pareja, se trataba de rupturas que tienen que ver con la vida que habíamos llevado hasta entonces. La canción de los Gallagher, Oasis, dice:
“Tú vas a ser la única que me salve
Y después de todo
Eres mi maravilloso apoyo…”
Yo iba delante en la bicicleta, por eso no vi muchas cosas. Mi espíritu es de un realista optimista, trato de evitar las partes oscuras, y me concentro en la luz. Por eso la oscuridad no me da miedo, siempre están la luna y las estrellas. Rudolph por el contrario se fija en los detalles, en los puntos, en los nubarrones. Fue un compañero estupendo. Fue un demonio y un ángel. Fue protector y ahora un igual porque su bicicleta ya está en su camino.
Voy a tomar mi mochila de montaña en breve, quiero decir, antes de un año. Hay muchas posibilidades. Voy a dedicarme a mí. Voy a pulirme y exorcizar el dolor que deja el vacío. Ahora no puedo brindar amor verdadero a nadie que no sea yo misma. Seguiré apoyando, y compartiendo mi amistad. Seguiré aprendiendo a amar a tantas personas de manera diferenciada. También a Rudolph.
Tengo una naturaleza esteparia, también soy hija de la luna. Mi madre me enseñó a leer el satélite de la tierra para orientarme, para fortalecerme, para agradecer y orar. Olvidé muchas cosas lunáticas por temor a ser llamada loca. Poco a poco van emergiendo esos conocimientos que nunca se fueron. Estoy aullando mientras escribo.
Voy a perderlo todo, conscientemente, a cambio obtendré el placer de la nada. Del volver a empezar. Yo misma encenderé mi fuego, alumbraré mi camino que soy yo misma con mi propia antorcha. Yo misma volveré a llegar al éxtasis, y volveré a conquistar mi corazón. Voy a lamer mis heridas, y a “dinamitar el orden establecido” con el que fui programada en la sociedad. Voy a vivir mi propio teatro mágico, mi obra, a disfrutar mi representación. La nada es el espacio, el universo, la materia no existe, somos energía.
Linda Acosta Rodríguez.
(Está permitida su total copia y reproducción, siempre que se recuerde quién lo escribió).
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